Lágrimas de Tigre en St. Andrews - AS.com

2022-10-14 21:25:06 By : Ms. marry zhang

La imagen era estremecedora. Tiger Woods surcando la última calle del Old Course de St. Andrews con lágrimas en los ojos, saludando con la gorra al cruzar el Swilcan Bridge. Un hombre que lo ha sido todo en el golf, entre otras cosas tres veces campeón del British Open, dos en St. Andrews (2000 y 2005), derrotado por su cuerpo y por su campo “favorito” del mundo. Ovación generalizada a su llegada al green. Putt para birdie fallado. Gesto de contrariedad que inmediatamente muta en sonrisa. No es un día para hacerse sangre. Es un día para disfrutar el que puede ser su último baño de masas en la cuna del golf.

“Llevo viniendo aquí desde 1995 y creo que la próxima sería en torno a 2030. No sé si para entonces estaré en condiciones de jugar”, aseguraba el Tigre en zona mixta tras firmar una tarjeta de 75 golpes que le dejaba con un +9 total. Las dos veces que se coronó en el mítico recorrido escocés hizo -11 en las dos primeras vueltas (acabó con -19 y -15). Entonces no tenía el cuerpo cosido a cicatrices y lleno de metal. Era un portento físico. Ahora sus hierros no alcanzan los trapos, ni conserva los nervios de acero con el putter en las manos. Y no hay margen de mejora porque su estado no le alcanza para jugar más golf competitivo, para refinar el toque. Esto es lo que hay, esto lo que le queda.

La persecución de Jack Nicklaus, el Oso Dorado de los 18 grandes, se acabó. Y parece complicado que alcance a superar los 82 triunfos en el PGA de Sam Snead, con el que ahora está igualado, porque como él dice “nunca más” va a poder plantearse una agenda completa. Sí aseguró que planea jugar más veces el Open “en el futuro”. Y parece que en su mente, aunque sea casi una quimera, sí reserva un pequeño hueco para la fe en una nueva visita a St. Andrews, porque ni se planteó pararse en el Swilcan Bridge, donde las leyendas se dejan fotografiar en los estertores de su última incursión en el Old Course, como hizo este mismo viernes Mark Calcavecchia, que alzó la Jarra de Clarete en 1989: “No. Iba pensando si pegar una madera 3 o una madera 5. Sí sentí al salir del tee que todos se paraban. Miré alrededor pensando ‘¿dónde demonios está Joey (Joe LaCava, su caddie)?’. Ahí es cuando empecé a pensar que la próxima vez que esto se celebre aquí, quizá yo ya no estaré”.

Poco después comenzaron a aflorar las lágrimas en sus mejillas. Se frotó los ojos. “Caminaba por la calle y vi a Rory (McIlroy). Me hizo un gesto con la gorra. Fue muy guay el respeto que me fueron mostrando todos. Desde un punto de vista de fraternidad entre jugadores, es muy puro ver y sentir algo así”, relató después unos instantes que pondrían la piel de gallina a cualquier aficionado a este deporte. Como Rafa Nadal, la referencia más cercana de algo así que tiene el público español, Tiger ha maltratado su cuerpo para seguir en la élite. En parte por su hambre de gloria, por su propio interés, claro está. Pero seguramente también por regalarle a la gente un último trago de poción mágica, un último baile.

En clave nacional, la gran historia del turno matutino la protagonizaron Jon Rahm y Sergio García. La punta de lanza de la Armada lanzó una ofensiva relámpago en St. Andrews y se colocaron en buena posición para tratar de asaltar la cima de la tabla el sábado. El primero en salir fue Sergio García, que completó unos nueve primeros hoyos portentosos, pegándole al driver de cine con Pau Gasol siguiendo su estela: birdie al 5, birdie al 7 y eagle al 9, un par 4, tras enganchar un cañoñazo de 325 metros desde el tee y embocar un ‘puro’ de casi 12 metros. La secuencia continuó con birdie al 11, al 12 y al 14, hasta que se frenó con un bogey al 17 que no empaña demasiado el 66 (-6 para -3 en total), que es una de sus mejores vueltas en majors en la historia reciente. Todo ello después de dormir “tres horas” por los problemas con los que dice estar lidiando últimamente.

El testigo lo recogió Rahmbo, que se fue a -5 para -4 en un día de mejores sensaciones con el putter y mucho más corto que el primero, en el que su partido se fue por encima de las seis horas, algo que reconoció que puede hacer daño física y psicológicamente si las cosas no están yendo bien (el inglés Fitzpatrick llegó a decir que es algo que “nunca puede ocurrir” en un torneo de golf, mucho menos cuando el LIV amenaza con su producto, dinámico y compactado).

Jon empezó embocando dos birdies desde tres y dos metros, coló otro de rango medio en el 14 y no se resquebrajó con el bogey del 15, que llegó tras fallar la calle y después el green. Todo lo contrario, de hecho. En el 16 volvió a encontrar el rough y se pasó de vueltas con el segundo tiro, pero la metió para par desde siete metros y medio. “Si el fin de semana pasa algo, se hablará de ese putt”, afirmó luego. Fue un tramo final con muy buen sabor de boca por lo que fue respecto a lo que podría haber sido, porque volvió a encontrar el hoyo desde más de siete metros, esta vez para birdie, en el 18. “No ha habido mucha diferencia de tee a green entre estos dos días. La única es que hoy he metido putts”, apuntó. Y que siga así.

Lo malo es que, ya por la tarde, pese a que arreció el viento, el pintoresco australiano Cameron Smith, que cuando entra en combustión es una máquina de hacer birdies, con un control de las distancias asombroso, se comió el campo y cerró en -8 para -13. Otros ‘gallos’ como McIlroy (-10), Dustin Johnson (-9) o Scheffler (-8) aguantaron el envite. El campeón de 2021, Collin Morikawa, en cambio se despidió con +1 en el día y en el acumulado. Sergio y Rahmbo tendrán trabajo en el día de movimiento.

Del resto de la Armada, Adri Arnaus (par), al que siguió en este segundo asalto, como a Sergio García, Pau Gasol, pasó el corte con un birdie al 18 y la “superbomba” del día, un drive de 390 metros en el 5. “Es cuestión de estar fino en determinados hoyos. Todo lo que sea restar por debajo del par y seguir aprendiendo estaría bien. Disfrutaremos”, apuntó el barcelonés. Larrazábal, por su parte, se despidió en +12. Tres de cuatro para España antes del segundo tramo del British Open, el decisivo.

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